Todos hemos comprobado alguna vez la influencia que tiene la palabra en momentos determinados y según de la persona que proceda. La palabra es el principal medio de comunicación que empleamos en nuestra sociedad aunque no el único.
No quiere decir que sea el mejor o más completo, ya que según en que personas la comunicación verbal que llevan a cabo transmiten un 65% de la totalidad que pretenden, en otros casos están transmitiendo un porcentaje muy bajo de la realidad que piensan, sienten o han vivido.
Aunque la palabra se ve limitada para poder expresar un sentimiento o el conjunto de una vivencia, en ella ponemos implícito otra energía o sentir que llega al interlocutor, trasmitiendo en cierta medida el resto del mensaje.
He aquí que comienza una buena problemática generada en la comunicación actual, y es que a menudo estamos emitiendo palabras que son correctas y que tienen un significado determinado pero que no coinciden con lo que nos esta llegando por otra parte, o sea, tanto el pensamiento como el sentimiento emiten una energía que es recibida por cualquiera que entre en contacto con nosotros y según su sensibilidad y receptividad podrán hacer una traducción correcta o simplemente se quedara en una sensación agradable o desagradable lo que le ha causado la otra persona.
Gracias a las formas cívicas o las pautas de educación, se emplean a veces maneras correctas pero que nos tienen nada que ver con lo que se piensa o siente.
Según de donde nace la palabra tendrá una fuerza vibratoria determinada y por tanto una repercusión en el interlocutor. Si esta nace de un pensamiento o sentimiento negativos pero se utilizan palabras correctas o que quieren ser positivas, la sensación es el “beso de Judas”, o que se saluda con una mano y con la otra se apuñala.