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Evolución incompleta

Cada vez con más frecuencia se habla de la evolución, pero generalmente esa evolución se refiere a lo social, intelectual y tecnológico. Cuando nos planteamos la evolución desde la calidad humana, del desarrollo del sentimiento o como entidades espirituales que somos, la cosa cambia y nuestro punto de vista se quiere hacer más relativo y ambiguo, ya que la realidad nos marca la evidencia, en la cual podemos apreciar nuestra lentitud.

 

 

Y eso ¿Quién lo puede determinar?. No necesitamos ningún juez o jurado que nos lo puntúe, la razón activada por nuestra conciencia es suficiente para que, independientemente a lo que los demás crean de nosotros, nos conecte con los sentimientos reales que se generan en nuestro interior en cada momento, los cuales nos llevan a tener una forma de pensamiento determinado así como una actitud o comportamiento.

 

 

Son la vibración o intensidad de los sentimientos de AMOR lo que va a determinar la realidad de lo que somos y, por tanto, nuestro nivel de evolución, y no tanto la capacidad mental que hemos desarrollado, la cual nos suele lleva a la búsqueda de unos conocimientos que de un principio pensamos que nos van a permitir ser mejores por el hecho de tenerlos.

 

 

Ciertamente, el conocimiento nos puede ayudar al desarrollo del espíritu, pero especialmente será el conocimiento de uno mismo el que nos permita descubrir qué nos impide Amar, como nos corresponde, y para lo que hemos sido creados.

 

 

Claro que llegar a este conocimiento implica, por una parte, renunciar a nuestro “orgullo”, el cual se va a sentir herido al descubrir que no somos lo que hemos desarrollo y proyectado desde nuestra mente, sino que eso a menudo representa un “globo de aire” del cual caeremos en cualquier momento para estrellarnos con la realidad de las limitaciones y carencias que nos impiden vivir la realidad del Amor, y no los afectos humanos que proyectamos que suelen llevar implícito intereses egoístas como la pasión, la posesión, el interés, etc.

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